Hay días en que pensar es más pesado de lo normal. Que tengo tantas cosas que pensar, que no tengo a tiempo a esperar a que termines de hablar. Uno de esos días, en los que no soy capaz ni de apoyar el codo en una mesa sin resbalar, asustarme y tener que volver a empezar a pensar.
Entonces empiezan los “¿qué piensas?” y mis “¿por dónde empiezo?”
Muchas veces llego a la misma conclusión, podría escribir más de cien páginas sobre lo mucho que me cuesta esperar.
Creo que paso toda mi vida esperando. Sé que por más que hable, y trate de negarlo, nunca dejaré de hacerlo.
Pero cómo cuesta, cómo duele. A veces se confunde, la simple espera de un día o algo en concreto, con algo poco probable o una esperanza. Un deseo.
El simple fin de algo, o un comienzo. Un cambio.
Apuesto que hay alguien que lo disfruta, que tiene cierta adicción por ello. Pero yo lo detesto. Y seguiré luchando de por vida contra ello: haciendo, deshaciendo. Todo pasa, todo cambia en cualquier momento. El tiempo corre.
No hay tiempo para esperar.