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3/12/11

20/11/2011

Lo que no te mata, en realidad: te hace más frío.
Si mi yo anterior me conociese, probablemente antes que admirarme, me miraría extrañada. Me diría: “¿y a ti qué te pasó?”
Se preguntaría por aquella entrega, las ganas de complacer, la capacidad de tragar. Me vería algo más ligera, por una pequeña fuga en la caja de sonrisas. Se fijaría en el gran parche en la caja de los besos. Y mi yo de hoy, se sonrojaría.

Yo no trataría de advertirle, no gastaría tiempo en hablarle sobre aquello que le espera. Me quedaría un rato mirando, porque estoy perdiendo la buena costumbre de mirar. Y me encantaría mirarla un rato, ver todas aquellas cosas que ya no tengo. Escuchar aquellas palabras que ya no digo, el acento que he perdido.

La miraría mientras ella seguramente está mirando a otra yo más joven todavía, sonriendo, y jurándole cosas.
Me siento tan liviana, después de haber perdido tanta paciencia.
No tienen idea de todas aquellas cosas, que pudieron matarme. Y a lo mejor lo hicieron. Porque hay tanto en ellas, que no tengo yo. Y parecen más yo, que yo misma.